lunes, 27 de agosto de 2012

Día 8: "Como una jauría de perros a los gritos"


Como ya va siendo costumbre, antes que entrara a la sala el primer testigo de la jornada hubo una nueva ronda de cuestiones planteadas por las defensas. Por una parte, el tribunal -hoy presidido por el Dr. Bossi- rechazó un pedido de los defensores oficiales de Favale, que pretendieron evitar la incorporación por lectura de las desgrabaciones de las escuchas telefónicas al barra brava. Habían argumentado que algunas llamadas no debían hacerse públicas porque afectaban su intimidad. El tribunal les solicitó que especificaran cuáles era invasivas de su vida privada, pero la Dra. Hegglin hizo exactamente lo contrario: señaló, por escrito, cuáles podían ser incorporadas. Así, se resolvió incorporarlas todas.

A su turno, el Dr. Laporta, defensor de Juan Cárlos Pérez, uno de los integrantes de la patota,  pidió que se altere el orden de los testigos ya fijado por el tribunal para que declaren primero los que han denunciado amenazas, hostigamientos y aprietes vinculados con esta investigación. Frente a la evidente maniobra, relacionada con los fundamentos del reciente nuevo rechazo de las excarcelaciones, que contempla, entre otras cuestiones, los hostigamientos que siguen sufriendo muchos testigos, el tribunal dijo que lo pensará.

A media mañana, se sentó frente a los jueces María Wenceslada Villalba, militante del Polo Obrero y compañera de Elsa Rodríguez, que produjo una declaración tan sólida como emocionante. Comenzó explicando que llegó a Avellaneda alrededor de las 9:30, porque iban a acompañar a los ferroviarios despedidos y los tercerizados a un corte de vías por su reincorporación y pase a planta permanente. Describió las miradas amenazantes de los miembros de la Lista Verde de la Unión Ferroviaria en la estación, y la marcada presencia policial, lo que hizo que la columna demorara su partida, y lo hiciera dando un rodeo para evitar confrontaciones.

Como todos los compañeros que ya declararon, describió la caminata, al son del bombo y las consignas, flanqueados por la policía y hostigados, desde arriba de las vías, por el grupo de la Unión Ferroviaria, que los insultaba. Ella llevaba un banderín del Polo Obrero con otro compañero, como se la ve en varias fotos de la jornada. Después de cruzar el puente Bosch, ya en la ciudad de Buenos Aires, y cerca del mediodía, vio que había un lugar por donde se podía acceder al terraplén. Como varios de sus compañeros, intentó subir, porque en ese momento no se veía a la patota. "Empecé a subir para poner la bandera en las vías, pero de pronto sentí como una jauría de perros que venía a los gritos por la vía y tirando piedras, así que retrocedí y me traté de cubrir, era una lluvia de piedras. Adelante venía uno delgadito que no estaba de ferroviario, otros tres y un policía federal, tenía una chaqueta que decía PFA", contó. Se trató se esconder entre un árbol y una chapa, pero no pudo esquivar varias pedradas, una bien fuerte en la panza. Como pudo, bajó lo poco que había subido, sólo para encontrarse de frente con dos policías bonaerenses que venían disparando balas de goma. Alcanzó a ver a su compañero Chiquito (Eduardo Belliboni), le gritó, y vio como él increpaba a los policías, tal como lo escuchamos de su boca en la segunda jornada de testimonios.

Luego, relató cómo se alejaron un par de cuadras, hasta la parrilla en Luján y Santa Elena, donde usó sus conocimientos básicos de primeros auxilios para atender a Elsa Rodríguez, que tenía un fuerte golpe en una muñeca, y a otra compañera, con un corte en la cabeza. Después de armar un cabestrillo con un buzo para que Elsa colgara su brazo, cuando terminó la asamblea, María comenzó a caminar hacia Vélez Sarsfield, charlando con su compañera. Atrás se sentía ruido, pero no se detuvo a mirar. Sabía que, detrás de los patrulleros apostados al pie de las vías, seguían estando, amenazantes, los mismos que la apedrearon. Había escuchado ya los gritos de aviso de las organizaciones que estaban más atrás, como el MTR, y había visto algunos de sus compañeros que se apresuraban hacia la retaguardia de la columna para formar un cordón y proteger a los que, como ella y como Elsa, no podían defenderse.

Unos cien metros más adelante, cuando se adelantó a cruzar la calle, un compañero le dijo "Elsa se resbaló". "Me di vuelta, pensé que no era nada, le di la mano y no respondía... tenía los ojos cerrados... pensé que se había desmayado, le agarré la pera como para darle una cachetada, y ahí le vi el pedazo de carne que le colgaba del costado, y ví un agujero hondo, era una bala de verdad, no una de goma", contó reviviendo la angustia de ese día. "La dejé despacito y me puse a gritar a los compañeros que se escondieran, que nos querían matar, y me fui a buscar ayuda como loca, no tenía celular. Corrí por el medio de la calle, lo vi a Chiquito que me decía andate, andate, y no me podía escuchar de lejos que yo gritaba la mataron a Elsa... vi un compañero con sangre en el pantalón, otro cojeando... y de pronto vi a Mariano tirado contra la pared en la otra esquina... ya no entendía nada, traté con otro compañero de ayudarlo, pero no reaccionaba... le saqué la mochila para acostarlo, le decía quedate tranquilo, ya viene la ambulancia... era mentira, le mentí para ayudarlo...".

A esta altura del relato, el presidente del tribunal pidió hacer un breve receso, para que María se calmara. "Yo quiero declarar" dijo con firmeza la compañera, pero el tribunal se tomó unos minutos para recobrar el aire. De regreso a la sala, María retomó la palabra. "Llegó una ambulancia con un hombre de ambo verde, dijo que la ambulancia estaba llena, vi adentro a Elsa y a Nelson al costado. Nelson se corrió y los compañeros lo subieron a Mariano y se fueron. Yo sentía como que era un sueño, que no estaba pasando. Caminé hacia una avenida, salió de un garage un hombre camisa celeste y corbata y me dijo que él había llamado una ambulancia, era chofer de Chevallier. Me senté sobre la avenida en el descanso de una vidriera y recién ahí llegó al ambulancia. 'Andate, ya no te necesitamos' le dije. Y nos tomamos un colectivo, en el viaje alguien llamó del hospital, dijo que Elsa estaba viva y la iban a operar y que Mariano había muerto".

Luego fue el turno de los policías bonaerenses de la DDI de Lomas de Zamora que tuvieron a su cargo identificar el domicilio y la persona de Cristian Daniel Favale a partir del llamado anónimo, desde un locutorio, al 911, que lo sindicó como uno de los tiradores. La habitual "desprolijidad policial" y la no menos frecuente pérdida de memoria selectiva del sargento Julio César Benítez, la comisario Mónica Dávalos, el oficial principal Eber Bobadilla y el inspector Bruno Soria, generaron ásperos cruces entre la fiscal María Luz Jalbert y la defensora oficial de Favale, Dra. Hegglin. Los titubeos policiales a la hora de explicar lo que llaman "tareas investigativas", que consistieron, por ejemplo, en buscar los nombres de los habitantes del domicilio denunciado en el sitio de Internet Telexplorer.com, no pudieron opacar el más vívido relato del 20 de octubre de 2010 que escuchamos desde que comenzó el debate.

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